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CRISTO EL MEDIADOR DEL NUEVO PACTO

Thomas Watson (1620-1686)
“Jesús el Mediador del nuevo pacto” (Hebreos 12:24).




Jesucristo es la suma y quinta esencia del evangelio, la maravilla de los ángeles, el gozo y el triunfo de los santos. El nombre de Cristo es dulce; es música al oído, miel al paladar y un vigorizante para el corazón. Dejaré a un lado el contexto y sólo hablaré de aquello que concierne a nuestro propósito en esta ocasión. Habiendo hablado del pacto de gracia, hablaré ahora acerca del Mediador del pacto y el restaurador de los pecadores caídos: “Jesús el Mediador del nuevo pacto”.

Las Escrituras dan varios nombres y títulos a Cristo como el gran restaurador de la humanidad:


I. A VECES ES LLAMADO SALVADOR. “Llamarás su nombre JESÚS” (Mt. 1:21). La palabra hebrea usada como Jesús significa un Salvador y, a quienes salva del infierno, salva también del pecado. Donde Cristo es un Salvador, es un santificador. “Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt. 1:21). No hay otro Salvador “y en ningún otro hay salvación” (Hch. 4:12). Así como hubo solo un arca para salvar al mundo de morir ahogado, hay solo un Jesús para salvar a los pecadores de la condenación. Como les dijera Noemí a sus nueras: “¿Tengo yo más hijos en el vientre…?” (Rut 1:11), ¿tiene Dios, aparte de Cristo, otros hijos en el vientre de su decreto eterno, para ser nuestros salvadores? “¿Dónde se hallará la sabiduría?... El abismo dice: No está en mí; y el mar dijo: Ni conmigo” (Job 28:12, 14).


¿Dónde encontraremos salvación? El ángel dice: “No en mí”; la mortalidad dice: “No en mí”, la ordenanza dice: “No en mí”. Sólo Cristo es la fuente de vida: “Y en ningún otro hay salvación”.


II. A VECES CRISTO ES LLAMADO REDENTOR. “Y vendrá el Redentor a Sion” (Is. 59:20). Algunos opinan que se refiere a Ciro, otros a un ángel; pero los doctos judíos más antiguos que es a Cristo, el Redentor de los escogidos. “Yo sé que mi Redentor vive” (Job 19:25). La palabra Redentor en hebreo significa pariente cercano que tiene el derecho de redimir una deuda. Entonces Cristo, siendo nuestro hermano mayor, es un pariente cercano nuestro; por lo tanto, tiene todo el derecho de redimirnos.


I. CRISTO ES LLAMADO MEDIADOR EN NUESTRO TEXTO. “Jesús el Mediador del nuevo pacto”. La palabra griega3 traducida Mediador significa intercesor, el que cubre la brecha entre dos partes en desacuerdo. Dios y nosotros estamos en desacuerdo a causa del pecado; ahora Cristo intercede y actúa como un árbitro entre ambos. Nos reconcilia con Dios a través de su sangre vertida en la cruz; por lo tanto, es llamado Mediador del nuevo pacto. No hay manera de que haya comunión y relación entre Dios y el hombre, sino en y a través de un Mediador. Cristo quita la enemistad en nosotros y la ira de Dios, y trae paz. No es Cristo sólo un Mediador de reconciliación, sino también de intercesión: “Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano... sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante Dios” (He. 9:24). Cuando el sacerdote ofrecía el sacrificio de sangre, tenía que llevar la sangre del animal sacrificado ante el altar y al propiciatorio, y presentársela al Señor. En Cristo nuestro Mediador, consideremos dos cosas:


A) Su persona

B) Sus gracias.


A. Su persona: Su persona es afectuosa: Es todo amor y hermosura. Es la efigie de su Padre: “la imagen misma de su sustancia” (He. 1:3).


1. La persona de Cristo en dos naturalezas

a. Confiemos en su naturaleza humana encarnada. Los valentinianos niegan su naturaleza humana, pero Juan 1:14 dice: “Y aquel Verbo fue hecho carne”. Se refiere a Cristo, el Mesías prometido. Cristo se hizo carne, carne como la nuestra para que la misma naturaleza que pecó sufriera; para que por medio del espejo de su naturaleza humana pudiéramos acercarnos a Dios.


¿Por qué es Cristo llamado el Verbo? Porque, al igual que una palabra es el intérprete de la mente y revela lo que hay en el corazón del hombre, Jesucristo revela la mente de su Padre en relación con las grandes cuestiones de nuestra salvación (Jn. 1:1). Si no fuera por la humanidad de Cristo, ver a la Deidad sería aterrador para nosotros; pero por medio de la encarnación de Cristo, podemos contemplar a Dios sin aterrorizarnos. Y Cristo se invistió de nuestra carne para poder saber cómo tener compasión de nosotros; por el hecho de la encarnación sabe lo que es ser débil, triste y tentado. “Él conoce nuestra condición” (Sal. 103:14). Se invistió de nuestra carne para, como dice Agustín, ennoblecer con honra nuestra naturaleza humana. Cristo, al haberse hecho carne, exaltó nuestra humanidad haciéndola superior a la naturaleza angelical.

a. Confiemos en la naturaleza divina de Cristo. Podemos comparar a Cristo con la escalera de Jacob, que alcanzaba desde la tierra al cielo (Gn. 28:12). La naturaleza humana de Cristo era el pie de la escalera, asentada sobre la tierra; su naturaleza divina era el punto más alto de la escalera, que llega hasta el cielo. Siendo este un gran artículo de fe, lo ampliaré. Sé que los arrianos, los socinianos y los ebionitas le robarían a Cristo la mejor joya de su corona: su deidad. En cambio, el credo apostólico, el niceno y el de Atanasio afirman la deidad de Cristo. Las iglesias de Helvecia, Bohemia, Wittenberg, Transilvania, etc., le dan su total aprobación. La Biblia es clara en esto. Él es llamado “Dios Fuerte” (Is. 9:6) “porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Comparte la misma naturaleza y esencia con el Padre. En esto coincidían Atanasio, Basilio y Crisóstomo. ¿Es el Padre llamado todopoderoso? También es Cristo “el Todopoderoso” (Ap. 1:8). ¿Es Dios el Padre el que escudriña los corazones? También lo es Cristo: “Él sabía lo que ha- bía en el hombre” (Jn. 2:25). ¿Es Dios el Padre omnipresente? También lo es Cristo: “el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (Jn. 3:13). Cristo, siendo Dios, estaba en el cielo; siendo hombre, estaba en la tierra.


¿Es Cristo eterno? Cristo es el Padre eterno (Is. 9:6). Esto puede ser nuestro argumento contra los herejes cerintianos9 que negaban la preexistencia de Cristo como deidad y afirmaban que no existía antes de nacer de la virgen María. ¿Corresponde la adoración divina a la primera persona de la Trinidad? También le corresponde a Cristo “para que todos honren al Hijo como honran al Padre” (Jn. 5:23) y “adórenle todos los ángeles de Dios” (He. 1:6). ¿Es la creación algo propio de la Deidad? Ésta es una joya en la corona de Cristo: “todo fue creado por medio de él y para él” (Col.1:16). ¿Son las invocaciones propias de la Deidad? Estas fueron dadas a Cristo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hch. 7:59). ¿Son la confianza y seguridad singulares a Dios el Padre? Fueron dadas a Cristo: “Creéis en Dios, creed también en mí” (Jn. 14:1). Cristo tiene que ser necesariamente Dios, no sólo para que la naturaleza divina impida que la humana se hunda bajo la ira de Dios, sino también para dar valor y peso a sus sufrimientos. Al ser Cristo Dios, su pasión y muerte tienen mérito. Hechos 20:28 implica que la sangre de Cristo, llamada sanguis Dei, es la sangre del Señor Dios porque la persona ofrecida como sacrificio es Dios, al igual que hombre. Ésta es una confirmación indubitable para el creyente: fue Dios el agraviado y fue Dios quien logró su propia satisfacción del agravio. En conclusión, la persona de Cristo tiene dos naturalezas.

1. Consideremos las dos naturalezas de Cristo en una persona: Dios-hombre. “Dios fue manifestado en carne” (1 Ti. 3:16). Cristo tenía una sustancia doble: divina y humana, no obstante, estas no constituyen dos personas distintas; las dos naturalezas conforman un solo Cristo. Un vás- tago puede ser injertado en un árbol distinto, un peral en un manzano, el cual, aunque da diferentes frutos, es un solo árbol; de la misma forma la humanidad de Cristo está unida a Dios de una manera inefable: son dos naturalezas, pero una sola persona. Esta unión de dos naturalezas en Cristo no fue por transmutación- la naturaleza divina transformada en humana— ni tampoco una mezcla —las dos naturalezas mezcladas como se mezcla el vino con el agua—. Ambas naturalezas de Cristo siguen siendo distintas, pero no conforman dos personas distintas, sino una sola, la naturaleza humana no es Dios, no obstante, es una con Dios.

A. Consideremos a Cristo nuestro Mediador con referencia a sus gracias. Estas son el dulce aroma de su esencia que hace que las vírgenes lo amen. Dice la Palabra que Cristo, nuestro bendito Mediador, era “lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1:14). Contaba con la unción sin medida del Espíritu (Jn. 3:34). La gracia de Cristo es superior y más gloriosa que la de cualquiera de los santos.

1. Jesucristo nuestro Mediador es perfecto en toda gracia (Co. 1:19). Es infinito en sus recursos, una nave con abundantes fortunas y un cofre lleno de todo tesoro celestial, es toda plenitud. No hay santo sobre la tierra que lo iguale. El santo puede destacarse en una gracia, pero no en todas; así como Abraham se destaca por su fe y Moisés por su humildad. Pero Cristo los sobrepasa en toda gracia.

2. Hay una plenitud de gracia en Cristo que nunca falla. La gracia en los santos es un sube y baja; no la tienen siempre en el mismo grado y proporción. En una época, la fe de David era fuerte; en otra era frágil y tan débil que apenas se le sentía el pulso. “Cortado soy de delante de tus ojos” (Sal. 31:22). En cambio, la gracia en Cristo es una panoplia que nunca falla, nunca mengua en lo más mínimo. Nunca ha perdido ni una gota de su santidad. Lo que Génesis 49:23-24 dice de José, bien podemos decir de Cristo. “Le causaron amargura, le asaetearon, y le aborrecieron los arqueros; mas su arco se mantuvo poderoso”. Los hombres y los demonios atacaron a [Cristo], pero su gracia se mantuvo totalmente vigorosa y fuerte: “Su arco se mantuvo poderoso”.

1. La gracia en Cristo es comunicativa. Su gracia es para nosotros el óleo santo del Espíritu echado sobre la cabeza de este bendito Aarón para que se derrame sobre nosotros. Los santos no tienen ninguna gracia para conferir a otros. Cuando las vírgenes necias quisieron comprar el óleo de las otras vírgenes, diciendo: “Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan” (Mt. 25:8), las vírgenes sabias respondieron: “Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas”. A los santos no les sobra gracia para otorgar a otros, en cambio Cristo la esparce por doquier. La gracia en los santos es como el agua en una vasija, la gracia en Cristo es co- mo el agua del manantial. “Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia” (Jn. 1:16). Así como una copa debajo de un alambique recibe gota a gota su agua, se destilan sobre los santos las gotas e influencias de la gracia de Cristo. ¡Qué gran consuelo es esto para aquellos que tienen muy poco o nada de la gracia! Pueden recurrir a Cristo, el Mediador, que es un raudal de gracia: “Señor, soy indigente, entonces ¿a dónde llevaré mi copa vacía sino a una fuente llena?”. “Todas mis fuentes están en ti” (Sal. 87:7). Soy culpable; tú tienes sangre para perdonarme. Estoy contaminado; tú tienes gracia para limpiarme. Estoy enfermo hasta la muerte; tú tienes el bálsamo de Galaad para sanarme. José abrió todos los graneros; Cristo es nuestro José que abre todos los tesoros, la abundancia de gracia y nos la pasa. No sólo es dulce como miel del panal, sino que gotea como el panal. En Cristo, nuestro Mediador, hay un raudal y plenitud de toda gracia, y Cristo anhela que acudamos a él como la ubre llena de leche anhela ansiosamente ser ordeñada.

Primera aplicación: Admiremos la gloria de este Mediador: Él es Dios-Hombre. Comparte con el Padre la misma esencia gloriosa. No todos los judíos que vieron a Cristo en la carne pudieron ver su deidad; no todos los que vieron al hombre pudieron ver al Mesías. El interior del templo de Salomón estaba adornado con objetos de oro; el viajero, al pasar, veía el templo desde afuera, pero sólo los sacerdotes podían ver la gloria que resplandecía adentro. De igual forma, sólo los creyentes, quienes son hechos sacerdotes de Dios, ven el interior glorioso de Cristo, a la Deidad resplandeciendo a través de su humanidad (Ap. 1:16).

Segunda aplicación: Si Cristo es Dios y hombre en una persona, entonces confiemos sólo en él para ser salvos. Tiene que haber algo de la Deidad en qué basar nuestra esperanza. En Cristo, está la Deidad y lo humano hipostáticamente unido. Si pudiéramos derramar ríos de lágrimas, ayunar más que Moisés en el monte; si fuéramos moralistas perfectos, sin mancha ante la Ley (Fil. 3:5-6), si pudiéramos lograr el grado más elevado de santidad en esta vida, aun así, nada de esto nos salvaría; [tenemos que confiar] en los méritos de Aquel que es Dios. Nuestra santidad perfecta en el cielo no es la causa de nuestra salvación, sino la justicia de Jesucristo. A esto, pues, se apresuró Pablo, como a los cuernos del altar. “Ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia” (Fil. 3:9-10). Es cierto: podemos confiar en las gracias que nos fueron dadas como evidencias de salvación, pero sólo en la sangre de Cristo como la causa. En la época de Noé, cuando llegó el diluvio, todos los que confiaron en los montes y árboles altos y no en el arca, se ahogaron. “Puestos los ojos en Jesús”, creamos sólo en él para que no sólo esté unido a nuestra naturaleza, sino también a nuestra persona (He. 12:2). “Para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Jn. 20:31).

Tercera aplicación. ¿Es Jesucristo Dios y hombre en una persona? Esto, como muestra la dignidad de los creyentes, es un consuelo inefable; los creyentes están íntimamente relacionados con la persona más grande que jamás vivió, que vive y que vivirá: “Porque en él habita corporalmen- te toda la plenitud de la Deidad” (Col. 2:9). Estando unidas las dos natu- ralezas de Cristo, la divina y la humana, todo lo que Cristo puede hacer para el creyente en cualquiera de sus naturalezas, eso hará. En su naturaleza humana, ora por ellos. En su naturaleza divina, los reviste de dignidad.

Cuarta aplicación: Admiremos el amor de Cristo, nuestro Mediador, que se humilló a sí mismo y tomó nuestra carne para poder redimirnos… Lo que se decía de Ignacio—que el nombre de Jesús estaba escrito en su corazón debiera aplicarse a cada santo: debiera tener a Jesucristo escrito en su corazón.


Tomado de A Body of Divinity (Un cuerpo de divinidad), The Banner of Truth Trust, Banneroftruth.org

Thomas Watson (c. 1620-1686): Predicador y prolífico autor puritano no conformista; nacido posiblemente en Yorkshire, Inglaterra.


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